La gloria que nos aguarda.

«Sabemos que aún no somos lo que un día seremos, que aún no tenemos todo lo que un día tendremos. Sabemos que todos nuestros mejores días están por venir, y que llegará el día en que todos nuestros días dolorosos habrán quedado atrás. Aguardamos con ansiedad y, sin embargo, también pacientemente, sabiendo que el dolor pasará, y que esta vida no es todo lo que hay».

– Tim Keller.

 

La cuarentena, ha llegado a significar, un periodo de tiempo incierto… y a veces, hasta interminable.

Quizá estás en cuarentena desde Marzo o Abril, y no ves cuando esto tenga fin; algunos no han corrido la misma «suerte» y hemos tenido que salir a pesar del  riesgo que corremos a diario.

Creo que no necesito hablarte más del tema, un tema conocido por todos, en un sentido muy literal.

Cuál sea nuestra condición en este tiempo, seamos honestos, vivimos días difíciles; los noticieros, periódicos, y aún las redes sociales, nos lo dicen a diario.

Muchos de nosotros, en medio de esta pandemia, hemos perdido a más de un ser querido y amado, esto, desde luego, nos ha llenado de profunda tristeza. 

En mucho tiempo, hablando en términos internacionales , no hemos estado en una condición así. 

A través de todo lo que acontece, nos damos cuenta de que no somos tan grandes y poderosos después de todo… somos la «era tecnológica», sin embargo, estamos igual de indefensos ante tal crisis al igual que las generaciones pasadas.

Cuál sea tu estatus social, tu logros académicos, tu belleza y fama, no importa, la desgracia también puede alcanzarte… hay ejemplos de sobra.

Ahora, en medio de este panorama tan oscuro y sombrío, ¿dónde se encuentra nuestra esperanza, si es que aún tenemos? 

¿En dónde reside nuestro consuelo?

Puede ser una vacuna o algún tratamiento cien por ciento efectivo; o quizá un mejor gobierno, la esperada 4T; o un éxito económico futuro.

Pero, espera un momento, ¿en verdad crees que si esto llega o sucede, será el fin de tu sufrimiento y dolor?

¿Una vacuna logrará evitar una enfermedad futura?, ¿Un gobierno mejor, evitará nuestro dolor?, ¿La comodidad financiera evitará nuestra muerte?

Porque debemos admitirlo, todos, absolutamente TODOS, nos enfrentaremos a la muerte.

Ya seas rico o pobre; sano o enfermo; de derecha o de izquierda; de morena o del PRIAN… tienes un destino seguro: LA MUERTE.

Quiero preguntarte nuevamente: ¿En qué confías hoy?, ¿Qué es aquello que te llena de esperanza?

 Y esto en lo que confias y pones tu esperanza, ¿De verdad es confiable y esperanzador?

Me gustaría ayudarte a responder estás preguntas e interpretar la realidad presente a través de las Escrituras. 

Acompáñeme a la carta de Pablo a los Romanos, capítulo 8, versículos 18 al 25.

 

 

«18 De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. 19 La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, 20 porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza 21 de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que toda la creación todavía gime a una,   como si tuviera dolores de parto. 23 Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? 25 Pero, si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia».

Romanos 8:18-25 NVI.

 

En las últimas décadas han surgido un sin fin de voces proclamando que la mejor vida del cristiano es aquí y ahora, pero a la luz de las Escrituras, principalmente, y de nuestra experiencia, ¿esto es cierto? ¿esta es una nuestra mejor vida?

Para responder dichas preguntas, me gustaría tratar 3 puntos principales que veo en el texto que leímos al inicio:

1- Un sufrimiento real.

2. Un gemido inevitable.

3. Una gloria ansiada e infinita.

 

 

1- Un sufrimiento real.

Leamos nuevamente el versículo 18 del capítulo 8:

«18 De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros».

La frase «de hecho» que vemos aquí, o «tengo por cierto» como la versión reina Valera dice, está en el tiempo presente, modo indicativo lo que implica que esto es una realidad constante e inegociable.

Lo que Pablo dice no es una incertidumbre o algo en lo que él no está seguro, al contrario, es una certeza absoluta.

¿Y cuál era su certeza?

En primer lugar, que el sufrimiento es real.

Notemos que Pablo no evade el sufrimiento, como algunos nos recomiendan a hacer. 

¿Te has encontrado con aquellas personas que cuando te ven triste o afligido por algo, te dicen: «No te preocupes, no pasa nada»?

¿Es enserio? ¿Con eso pretendes calmar mi dolor?

¡wow! ¡Ya me siento mejor! ¿Gracias?

Por extraordinario que parezca, existen dichas personas…

O hay quienes te dicen, en medio del dolor, que ellos te declaran libres de la angustia y decretan que la tristeza se esfuma en ese mismo instante. 

Te dicen: ¡vamos! ¡Ya no existe la tristeza!

¡No! No puedes evadir la realidad con palabras y frases como esas, aunque suenen piadosas, son realmente antibíblicas, y sí las has dicho a alguien que realmente la estaba pasando mal, déjame decirte que has hecho más mal que bien.

La realidad es que el mundo sufre … aunque trates de pensar lo contrario. Aunque trates de declarar y decretar que todo está bien.

Esto es algo innegable, ¿Y qué de los hijos de Dios? ¿Sufrimos?

¡Por supuesto!

¡También sufrimos! También nos da cancer, artritis, covid-19; también hemos perdido a personas que amábamos y que eran muy importantes para nosotros … También hemos llorado y nos hemos entristecido profundamente. 

Cristo mismo dijo:

«En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo». Juan 16:33 NVI.

Pablo, después de ser apedreado y arrastrado en Antioquía, fue a Derbe junto a Bernabé para anunciar el Evangelio, después de hacerlo y establecer a la nueva iglesia allá, leemos:

«fortaleciendo a los discípulos y animándolos a perseverar en la fe. `Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios´, les decían». Hechos 14:22 NVI.

El mismo Pablo, se dirige a la Iglesia de Tesalónica para anunciarles que les enviará a Timoteo para fortalecerlos: 

«… a fin de que nadie se inquiete por causa de estas aflicciones, porque vosotros mismos sabéis que para esto hemos sido destinados».  1 Tesalonicenses 3:3 NVI.

Se dirige en una segunda ocasión a esta iglesia, y con un tono de profunda alegría les escribe:

«… nos sentimos orgullosos de ustedes ante las iglesias de Dios por la perseverancia y la fe que muestran al soportar toda clase de persecuciones y sufrimientos». 2 Tesalonicenses 1:4 NVI. 

¿Lo ves?

Pablo no está entristecido por las persecuciones y los sufrimientos de la Iglesia de Tesalónica, ni tampoco los evade, sino que ¡está feliz porque han perseverado con fe en dichas aflicciones!

Aún los mismos apóstoles, después de haber sido azotados y amenazados, leemos:

«Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre» Hechos 5:40 NVI. 

¡Aún los mismos apóstoles establecidos por Jesucristo sufrían! Mientras, hoy, muchos autodenominados apóstoles nos dicen que la enfermedad o el dolor no son parte de los hijos de Dios…

Pero a la luz de la Biblia, vemos otra cosa, como ya lo hemos demostrado. 

Pero como el concepto de amor en nuestro mundo occidental es muy romántico, en donde amar es sinónimo de cumplir todos los caprichos del objeto de nuestro amor, alguien podrá objetar:

¿Cómo es posible que los hijos tan amados de Dios experimenten dolor, angustia y enfermedad? 

¿Pero acaso esto no contradice el amor de Dios para con sus hijos? ¿Al permitir su sufrimiento, no está en un sentido, odiándolos?

De ningún modo, pues el Señor, sabe que aún no somos lo que deberíamos ser, y usa medios de Gracia, como la oración y las Escrituras, para llevarnos a la gran meta de ser como Cristo, y aún, las aflicciones forman parte de estos medios, quizá sean las más dolorosas, pero son muy necesarias. 

Pues Dios está más interesado en nuestra semejanza a Cristo que en nuestra comodidad o felicidad en esta tierra. 

“Hermanos míos”, – escribe Santiago – «considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.” Santiago 1:2-4 NVI.

Por ello, Santiago nos dice que deberíamos considerarnos dichosos, privilegiados cuando el Señor nos permite el sufrimiento, pues si eres hijo de Dios, las diversas pruebas tendrán el propósito de fortalecer y perfeccionar nuestra fe. 

Dios permite el sufrimiento en nuestras vidas, no porque no nos ame, sino porque, ¡verdaderamente nos ama!

¿O qué padre deja sin disciplina al hijo de su amor? Pues porque lo ama, lo disciplinará a pesar del dolor presente que sienta, ya que sabe que esto le traerá bien en la posteridad. 

Pues dejar que un hijo haga lo quiera cuando él quiera, no es amor, sino odio realmente, pues estará creando un monstruo para la sociedad. 

Dios, el Padre perfecto, sabe el dolor que nos causa el sufrimiento, pero conoce que aún no somos maduros, que aún nos falta crecer en Gracia, que aún amamos demasiado esta tierra, y que nuestros corazones aún idolatran este mundo.

Leemos en 1 Pedro 1:6-7:

“Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele.”

Pedro asemeja nuestras diversas pruebas y adversidades al proceso de purificación del oro; el cual tiene que calentarse al rojo vivo para pulirlo de lo que no sirve ; así nosotros,  el calor de la  prueba no es con motivo de la destrucción, sino de la purificación.

Si sufro, no es porque Él no me ama, sino porque me ama, permitirá el sufrimiento en mi caminar.

Porque Él sabe que aún no soy lo que debería de ser, y me pulirá; por ello, el fuego de la aflicción no es una expresión de odio o de abandono, sino de amor redentor.

Escuchemos atentamente esto que el Dr. Sinclair Ferguson escribe al respecto:

«Él te conoce; es más: te conoce mejor de lo que te conoces a ti mismo. Conoce tu pasado y tu futuro. Y te conoce en profundidad: tus secretos, tus ambiciones, tus temores. Sí, te conoce mejor de lo que te conoces a ti mismo. Este conocimiento tan penetrante daría miedo si no estuviera acompañado de su cuidado. Pero cuando un entendimiento perfecto de mí va casado con un amor perfecto por mí, puedo confiar en una cosa: sea lo que fuere que Él me mande, eso me traerá lo que realmente necesite; sea lo que fuere lo que yo necesite, Él lo proveerá; y sea lo que fuere que Él provea, viene señalado con la aprobación de unas manos taladradas con clavos. Puedo confiar en Él”.

Si, hermano, aún no somos perfectos. Aún luchamos con nuestro pecado y necesitamos ser pulidos en la prueba, cuál quiera que esta sea.

Por ejemplo, aún muchos de nosotros luchamos con nuestro deseo de justicia propia. Llegamos a pensar que Dios debería aceptarnos por qué no somos tan malos después de todo. El cielo sería el justo lugar al que iríamos, pues, pensamos, somos personas buenas. 

Ah, hermano, cuantas veces el Señor nos ha enseñado lo malo que podemos ser al escondernos en las viejas ropas de la auto justicia, ¿cómo nos hemos dado cuenta de ello? 

Cuando el Señor ha tenido que afligirnos, para hacernos saber que somos inmerecedores, no sólo del cielo, sino de su cuidado y amor. 

A través del sufrimiento nos hemos visto desnudos, sin justicia, sin bondad, para que nos demos cuenta que el único bueno es Él y nos vistamos con las ropas de la justicia de Cristo.

O, cuando un pecado ha hecho su nido en nuestros corazones, y al ver que Dios no hace nada al respecto, lo arropamos y hasta creamos argumentos para defender nuestra conducta pecaminosa.

Pero, Dios en su amor, nos disciplina, nos azota, nos aflige para que en el fuego, la escoria mundanal se desprenda de nosotros, y nos veamos rotos, como somos, y nos arrojemos a los brazos de la Gracia, en dónde podemos hallar oportuno socorro.

Quizá no confíes ni en tu propia justicia ni te hayas habituado a un pecado oculto, pero quizá tus conversaciones, pensamientos y acciones revelen que lo que más amas no es al Señor, sino esta tierra y lo que ella ofrece.

Y al considerar esto, Dios nos quita aquellas cosas en las que confiábamos más que en Él. Puede ser una casa, un auto, una relación, o un puesto de trabajo, ponle el nombre que desees.

Y en medio de la desesperanza, el Señor nos ayuda a ver qué nuestra ciudadanía no está en esta tierra, que nuestra esperanza en las cosas terrenales es arena que se escapa de nuestras manos.

Cuando un hijo no cumple nuestras expectativas, cuando nuestra pareja no es lo que soñábamos, cuando nuestros seres amados parten, en todas estas cosas, Dios nos enseña que nuestra esperanza absoluta ni puede descansar en estas cosas y personas, momentáneas e imperfectas. 

Además de purificarnos, las aflicciones nos dan una perspectiva renovada de la eternidad.

 

2 Corintios 4: 17-18 dice: 

“Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.”

Pablo dice que las aflicciones presentes son ligeras, y si hacemos una revisión a las aflicciones que Pablo experimentó, llegaremos a la conclusión de que fueron terribles, pero para él, eran ligeras y … pasajeras. 

¿Por qué las consideraba así? Porque las veía con los ojos de la eternidad. 

¡Esto debería causar en el cristiano las aflicciones! Una perspectiva correcta de la vida presente y futura. 

Las aflicciones deberían hacernos alzar nuestra vista a los cielos, de donde vendrá nuestro Salvador para inaugurar su reino eterno. 

Los sufrimientos deberían causar un deseo por lo futuro, un ansía por la gloria por venir y un deseo por prepararnos para aquel día. 

Solo una correcta visión de la eternidad, nos capacitará para vivir adecuadamente en este mundo temporal, como dijo el fascinante escritor de Narnia, C. S. Lewis:

«Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura. Apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas”. 

Lo que Lewis dice es que al poner nuestros ojos en lo eterno, es que podremos vivir con una visión correcta en esta vida; pero al enfocarnos solo en las cosas terrenales, traerá como resultado que perdamos nuestro horizonte en esta vida y en la venidera. 

Pensaremos que esto es todo lo que existe, y viviremos con dicha visión, como escribió Jorge Armando Ortíz, un amigo muy querido en Twitter, :

«Las almas obstinadas aman la vida temporal como cosa permanente, porque no comprenden el valor de la eternidad y de la gloria futura».

Cristiano, ¿realmente crees en la vida eterna? 

En un mundo en donde el materialismo y el secularismo reina, y en donde la vida eterna no es más que una fábula, ¿es tu convicción que después de morir, tú Salvador te espera en gloria?  

O hemos caído en el viejo pensamiento que reina en nuestros días que dicta que esto es todo lo que hay, por lo tanto, «comamos y bebamos, que mañana moriremos».

¿Vives abrazando esta idea? 

Puedes negarlo…pero, ¿qué es lo que reflejan tus acciones día con día? ¿Qué es lo que te motiva a levantarte? 

¿Es la vida eterna tu más grande pasión? ¿O es este mundo el motor de tu universo?

Creo que debemos ser honestos, y debemos admitir que aún amamos esta tierra más de lo que añoramos la vida eterna.

Y precisamente, las aflicciones nos llevan a ver cuan miserable es la vida, por lo tanto, nos damos cuenta que esta vida no puede ser lo mejor, que este mundo está caído necesita ser restaurado.

Sí, sufrimos; negarlo sería una total evasión de la realidad, pero estamos convencidos de esto: «EN NADA SE COMPARAN LOS SUFRIMIENTOS ACTUALES CON LA GLORIA QUE HABRÁ DE REVELARSE».

Por eso en nosotros aún existe un gemido de dolor y de esperanza, a la vez. 

Gemimos de esperanza, porque un día todas estas cosas han de ser restauradas, pero también gemimos de dolor,  porque este mundo no es lo que debería de ser…. La muerte, el sufrimiento, el dolor y el quebranto son el pan cotidiano.

No, este mundo no puede ser nuestra mejor vida; el mundo gime de dolor.

Y esto nos lleva inevitablemente a nuestro segundo punto: un gemido inevitable.

 

 

2 . UN GEMIDO INEVITABLE.

Volvamos a nuestro texto:

«18 De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. 19 La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, 20 porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza 21 de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que toda la creación todavía gime a una,   como si tuviera dolores de parto».

 

Hemos tratado ya el versículo 18, ahora estamos en condiciones de tratar el resto del texto.

Ya que los sufrimientos son en verdad dolorosos, también hemos visto que son necesarios, pero no sólo eso, sino que en comparación con la gloria venidera, dichos sufrimientos palidecen.

Por ello, esperamos aquel día glorioso, y por eso leemos:  « La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios».

Esta frase, de que la creación aguarda con ansiedad, sugiere la idea o la imagen de una persona estirando el cuello para ver lo que se avecina. En un sentido, la creación está de puntillas, expectante de lo que viene.

¿Y qué espera? 

Espera el día en que nuestro Salvador redima nuestros cuerpos, y esta tierra de la corrupción que la invade.

Porque el versículo 20 nos dice: «porque fue sometida (la creación) a la frustración» o la vanidad.

¿Qué quiere decir esto?

Qué la creación no es lo que estaba destinada a ser, y ahora hay caos, destrucción, desastres naturales y deterioro. 

¿Por qué esto es así? 

Veamos el versículo 20, nuevamente:

«… porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso».

 

Esto, según leemos, no fue a  causa o por culpa de la creación misma, sino por Voluntad del que así la dispuso.

¿Y quién de su Voluntad así la dispuso? ¿El hombre?, ¿Satanás? O, ¿Quién?

Para responder a dicha pregunta, vayamos a Génesis 3, dónde se halla el origen de esta frustración en la creación.

Después de que Adan y Eva desobedecieron abiertamente al Creador al comer el fruto del árbol del bien y del mal, Dios emitió el siguiente juicio sobre ellos y todo lo creado:

«16 A la mujer le dijo:

«Multiplicaré tus dolores en el parto,

y darás a luz a tus hijos con dolor.

Desearás a tu marido,

y él te dominará».

17 Al hombre le dijo:

«Por cuanto le hiciste caso a tu mujer,

y comiste del árbol del que te prohibí comer,

¡maldita será la tierra por tu culpa!

Con penosos trabajos comerás de ella

todos los días de tu vida.

18 La tierra te producirá cardos y espinas,

y comerás hierbas silvestres.

19 Te ganarás el pan con el sudor de tu frente,

hasta que vuelvas a la misma tierra

de la cual fuiste sacado.

Porque polvo eres, y al polvo volverás».

 

Estas fueron las consecuencias del hombre revelarse en contra de su buen y sabio Creador. 

Eva, tendría dolor al traer nueva vida, seria sometida por su marido. De aquí surge el abuso, realmente.

Para Adán, el trabajo que debería haber sido un gran deleite, ahora, le habría de pesar; el sudor laborioso seria su insignia; y la muerte para ambos, su destino.

Y no solo leemos eso, sino que a causa de la desobediencia de aquel a quien se le concedió el dominio y administración de este mundo, la misma tierra fue maldecida.

Le dijo Dios a Adán: «¡maldita será la tierra por tu culpa!»

Ese juicio fue emitido por Dios, pero por causa de nuestra desobediencia en Adán, y de ahí en adelante, la creación dejó de ser un lugar totalmente lleno de perfecta armonía, todo lo que el Señor había hecho «bueno en gran manera» sufrió corrupción.

«Esto quiere decir» – escribe Tim Keller- «que la naturaleza está en guerra, tanto con nosotros (que fuimos hechos para vivir en armonía con la naturaleza en calidad de gobernantes, Gn 1:29) como con ella misma.  No es tan hermosa o grandiosa como estaba destinada a ser».

Es cierto, para aquellos que gustan de los buenos paisajes, que existen lugares muy hermosos y llenos de vida hermosa, pero aún estos bellos panoramas de nuestra tierra se van deteriorando; sufren corrupción y terminarán por marchitarse.

Pero, una vez más, como Tim Keller comenta: «en la actualidad, las cosas envejecen, se marchitan, se debilitan y se hacen más incoherentes con cada momento que pasa».

Nosotros no somos lo que deberíamos de ser, pero tampoco ¡la creación es lo que debería de ser!

Entonces, a causa del pecado, Dios dispuso la creación a frustración, lo que quiere decir, es que fue Dios quien emitió juicio a causa de la desobediencia de aquel a quien designó mayordomo de Su creación.

Esa es la razón de las pandemias, de los virus malos o que nos afectan, de los desastres naturales, que de hecho, no son naturales para una creación que fue creada perfecta, pero que por ser maldita, sufre.

Es en este sentido que la creación gime, y espera ansiosamente la manifestación de los hijos de Dios, es decir, la restauración de todas las cosas a su propósito original.

No solo gime la creación esperando ese día, sino también nosotros:

«Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo».

El cristiano, aunque ha experimentando la alegría de su salvación aquí y ahora, aún dicha alegría no está completada.

Si eres hijo de Dios, no puedes estar satisfecho con este mundo, hay gemido en tu corazón que ansia lo eterno, que no se contenta con este mundo corrompido, que anhela lo perfecto, lo imperecedero… lo eterno.

Como dice un erudito: «Las diversas partes de la creación gimen a una y padecen dolores de parto a una, entonando una sinfonía de suspiros».

La creación suspira, los redimidos suspiran, anhelando el día en que todas las cosas serán como deberían de ser.

El grito de justicia de #BlackLivesMatters, no es otro que el anhelo por la justicia eterna.

Las marchas por igualdad, no son otra cosa que el deseo por lo venidero y lo perfecto.

Las voces por la libertad, no son otra cosa que los gemidos por la gloria.

Todas estas marchas, aunque imperfectas, no son otra cosa que una evidencia de lo que ya hemos dicho: la creación gime, y toda la humanidad con ella, anhelando lo perfecto.

Marchamos, gritamos y pedimos justicia, amor, aceptación, paz y seguridad, porque sabemos que las cosas no son como deberían de ser, y ya sea que creas o no en Cristo y en la vida eterna, sabes en lo profundo de tu ser de que debe de existir algo mejor.

Y amigo que me escuchas esta mañana, quiero decirte que sí, sí hay algo mejor, que sí hay una vida libre violencia, de sufrimiento, de abusos y violaciones, pero esta vida no es el aquí y el ahora, sino una de naturaleza eterna.

Hay una gloria venidera, pronto vendrá la gloria que tanto ansiamos, y sabes, no tiene fin.

Vayamos, pues, a nuestro tercer punto: UNA GLORIA ANSIADA E INFINITA.

 

 

3. UNA GLORIA ANSIADA E INFINITA.

Volvamos, por última vez, la mirada a nuestro texto:

«Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza 21 de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que toda la creación todavía gime a una,   como si tuviera dolores de parto».

Ya hemos dicho que los cristianos al igual que el resto de la humanidad, sufrimos; y que dicho sufrimiento es algo real, pero también, necesario.

También dijimos que esta creación está esperando nuestra redención, la consumación de la obra de Dios en nosotros y en este mundo caído a causa de la desobediencia de Adán.

Pero, vemos una luz brillando en medio de la oscuridad de este mundo y de nuestros corazones fracturados por el pecado: la creación será liberada de la corrupción y nosotros aguardamos ansiosamente la redención de nuestros cuerpos. 

Y esto no es un deseo incierto, sino una esperanza segura. Ya que la frase: «será liberada», se encuentra en futuro indicativo, es decir, es algo que sucederá, pero aún más, el indicativo destaca la realidad del suceso, por lo tanto, no es una incertidumbre, sino un hecho. 

Esta es la seguridad, no solo de Pablo, sino de toda la Biblia: ¡Dios ha de redimir a sus hijos y de restaurar este mundo quebrantado!

Pero, algunos quizá pregunten: ¿Por qué no lo ha hecho ya? ¿Por qué de una vez por todas, Dios termina con todo el sufrimiento y el dolor que este mundo nos causa?

Aún más, ¿Por qué no lo hizo después de que Adán pecó? ¿Por qué no lo hizo en los tiempos antiguos?

Mi amigo, esto lo podría haberlo hecho en un instante, pues es el TODOPODEROSO, pero si así hubiese procedido, habría tenido que destruirnos a todos nosotros.

No, Dios no nos destruyó, sino que, fue destrozado Él, en una Cruz, para que nosotros no lo fuéramos.

De hecho, esa ha sido la esperanza de toda la creación y aún de nosotros. 

Esa fue la esperanza, incluso, que le fue dada a Adán y a Eva, y aún, en un sentido, a lo creado:

«14 Dios el Señor dijo entonces a la serpiente:

«Por causa de lo que has hecho,

¡maldita serás entre todos los animales,

tanto domésticos como salvajes!

Te arrastrarás sobre tu vientre,

y comerás polvo todos los días de tu vida.

15 Pondré enemistad entre tú y la mujer,

y entre tu simiente y la de ella;

su simiente te aplastará la cabeza,

pero tú le morderás el talón».

 

Aquí tenemos ¡el primer anunció del Evangelio!  Lo que los estudiosos de la Biblia han llamado el PROTOEVANGELIO. Las primeras semillas de lo que habría de venir en Cristo, la simiente de la mujer.

¿Te das cuenta de lo que esto implica?

Implica que, Dios debió haber destruido a Adán y a su mujer, ¡esa era la paga del pecado: la muerte!

Pero por el contrario, Dios los vistió con las ropas de un animal, que tuvo que ser sacrificado para ello.

Dios, aún más, les promete que vendrá el Día, en el que a través de su linaje, vendría el Salvador, Aquel que aplastaría la cabeza de la Serpiente.

Les promete al Salvador que habría de restaurar lo que ellos mismos habían arruinado. Les promete la venida de Aquel realmente conduciría lo creado a su fin original: darle la gloria a su Creador.

Este Salvador vino, Dios hecho hombre, habitando entre los pecadores, viviendo en un mundo caído, pero siendo obediente a Dios en absolutamente todo, pero experimentando la más terrible de las muertes, ¿Por qué lo hizo? 

Para que los pecadores, es decir, nosotros, no pereciéramos a causa de nuestro pecado.

Él murió, en otras palabras, la muerte que tú y yo debimos haber muerto, pues la paga del pegado es la muerte. 

Pero eso no es todo, sino que resucitó, ¡Dios lo resucitó! Como el sello de la aprobación divina de que el sacrificio había sido completado y aceptado por el Creador.

Por el primer hombre entró el pecado y así toda la maldad, pero por Dios hecho Hombre en Cristo, se nos ha dado la Salvación.

Sí tu crees esto, amigo, arrojate a los brazos de Cristo, reconociendo que eres un pecador, que tu esperanza está en esta vida y que tu corazón se halla a la deriva.

No necesitas hacer otra cosa que creer en que Cristo murió por ti, y que su justicia, que no tienes, puede ser puesta sobre tu vida por la fe en que Él fue al Calvario en tu lugar y que murió la muerte que merecías pero no solo eso, sino que ¡te otorga su justicia!

¡ÉL HA APLASTADO A LA SERPIENTE! ¡ÉL HA TRIUNFADO SOBRE EL MAL! 

Esto quiere decir, que Dios en Cristo ha comenzado el proceso de restauración; aquella promesa hecha Adán ha sido cumplida con la encarnación, en la vida, en la muerte y en la Resurrección de Jesucristo.

Su Resurrección marcó el principio de nuestra completa redención. 

Por eso, después que Pablo dice que Dios emitió  juicio por el pecado hacia la creación, escribe:

«Pero queda la firme esperanza, de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios».

Sí, la creación fue sujetada a vanidad, pero su esperanza de redención pronto llegará; el día en que sea liberada de la corrupción que la esclaviza, pronto vendrá, y esto no es algo incierto, sino seguro, por eso el apóstol la llama «la firme esperanza».

En aquel Día glorioso, será el día en que la corrupción será absorbida por la incorrupción; la mortalidad por la inmortalidad; el deterioro por la perfección; el dolor por la alegría; los desastres naturales por el orden armonioso de una creación redimida.

El dolor, la muerte, y el llanto, dejarán de existir, así lo dice Apocalipsis 2:4:

«Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».

Esta es la firme y esperanzadora promesa que la creación espera; y no sólo ella, sino también nosotros, los que hemos sido salvados por gracia.

Pues si eres cristiano, sabes que Dios te ha perdonado, y te ha otorgado su justicia en Cristo, sólo en Cristo, pero aún luchas contra tu propio corazón, aún tratas de rebelarte en contra de tu buen Dios y Salvador Jesucristo.

Pero, aún con todo, deseas que llegue el día en que no luches más en tu corazón por amarlo y obedecerlo con toda tu alma.

Si eres hijo de Dios, tu más grande anhelo es vivir para ÉL, pero sabes que aún lo haces de forma imperfecta.

Ya somos hijos, pero aún no se ha manifestado lo que deberíamos de ser, aún el Señor nos está puliendo, santificando y perfeccionando; y un día quitará la corrupción completamente de nuestras almas.

Por el momento somos lo que Martin Lutero llamó: «simul iustus et pecattor». Somos justos, pero aún pecadores, en el sentido, de que el pecado aún se aferra a nuestros corazones, y esto, si eres cristiano, debes de aborrecer.

 Pero tenemos nuestra esperanza en la gloria venidera.

Veamos lo que expresa el apóstol Juan en su primera carta capitulo 3:2-3:

«Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en Cristo se purifica a sí mismo, así como él es puro». 

Juan nos dice que ya somos hijos de Dios. Esta es una realidad inquebrantable y presente. Es una realidad.

Pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Juan está en perfecta concordancia con Pablo: somos hijos de Dios, pero aún no experimentados la plenitud de nuestra nueva identidad, aún experimentamos los estragos del pecado.

Pero sabemos, sin embargo, que Cristo vendrá.

¿Y eso qué implica?

Que cuando venga, por fin, pondrá en orden todas las cosas… aún, nuestras propias vidas.

Pues, «seremos semejantes a Él, porque le veremos». Es decir, vendrá un día en que este cuerpo mortal y obstinado con el pecado, experimentará una transformación gloriosa que resultará en una vida incorruptible y sin pecado que estorbe entre él y su Señor.

¿Puedes imaginarte Aquel día?

 En que seamos semejantes a Cristo, en el sentido, en que el pecado ya no reinará ni existirá más en nuestros corazones.

El día en que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. ¡Por fin lo amaremos con todo nuestro ser!

Y también, debes de saber que los sufrimientos y las aflicciones presentes no son para nada comparados con la gloria que habrá de manifestarse.

Todos, absolutamente todos, nuestros hermanos en Cristo que se han ido de esta tierra, ¡ahora están ya en la gloria del Señor!

¡Qué esperanza y consuelo debería darnos saber esto!

Hermano, no quiero ser insensible a tu dolor, pero si sabes que tu familiar o amigo partió con el Señor, debes saber que el gozo que hoy experimenta supera con creces el dolor que algún día experimentó.

Ahora, puede decir: ¡Oh Mi Señor, en nada se puede comparar todo el dolor con toda esta gloria! 

Los  santos que han muerto, están en una gloria que deberíamos anhelar. 

¡Ah, hermano, hermana, qué gloriosa esperanza nos aguarda! ¡Qué precioso futuro nos espera!

No, tu mejor vida no es aquí y ahora, si estás en Cristo, ¡lo mejor está por venir! 

Tu patria no es de esta tierra, sino de la venidera. Tu hogar no es uno que perece y desgasta, sino uno que es inmortal y glorioso.

Por lo tanto, nuestra esperanza no se halla en un gobierno terrenal o en una vacuna contra el virus, sino en Aquel día en que la gloria venidera nos invista desde los cielo en Cristo, «la esperanza de gloria» (Col.l:27).

 

Esperamos el día en que, tal como dice C. S. Lewis:

“[Dios] convertirá al más débil y al más sucio de nosotros en… [una] criatura deslumbrante, radiante, inmortal, palpitando con tal energía y alegría y sabiduría y amor como no podemos imaginarlo ahora; un espejo brillante y sin mancha que refleja perfectamente a Dios (aunque, por supuesto, en una escala menor), Su infinito poder, deleite y bondad. El proceso será largo y a veces muy doloroso; pero eso es lo que nos espera. Nada menos”.

(Mero Cristianismo, pp. 174-175).

 

Nuestros cuerpos serán glorificados con Cristo, esto quiere decir que nuestras enfermedades, por fin serán curadas; nuestras lágrimas, serán enjugadas completamente; nuestros dolores serán cosa del pasado; nuestras angustias serán absorbidas por el océano de la alegría de estar con Cristo; nuestro pecado, con el que tanto luchamos, por fin será arrancado completamente  y para siempre de nuestros corazones.

Y habitaremos con el Dios y Señor de nuestras vidas, para siempre, sin fin.

¿Crees esto?

¿Tu corazón lo anhela, lo desea, lo ansia?

¿Cual es tu esperanza ahora?

¿Qué sucedería si hoy mismo pasaras a la presencia de Dios? Pensarlo, ¿te entristece? ¿te llena de incertidumbre? O, ¿te llena de profunda alegría? Ya que pasaras toda tu existencia con Cristo.

Pero si no eres cristiano, no te puedo prometer la gloria venidera.

Mira a Cristo, la esperanza de gloria, y confia en Él como tu Señor y Salvador.

Reconoce que no mereces a Cristo, ni cielo y todas sus bendiciones… Reconoce que eres un pecador, pero no te quedes ahí, mira a Cristo quién es un gran Salvador.

Y todos meditemos en la gloria postrera… medita en el siguiente texto las veces que sean necesarias, hasta que en tu alma arda un deseo por lo eterno; hasta que tu corazón tenga sed por la gloria futura; hasta que suspires anhelando tu patria celestial, oh peregrino:

“No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas. Sus puertas estarán abiertas todo el día, pues allí no habrá noche. Y llevarán a ella todas las riquezas y el honor de las naciones. Nunca entrará en ella nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino solo aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero.”

Apocalipsis 21:22-27 NVI

¡Qué glorioso día! ¡Qué precioso futuro le espera a la Novia de Cristo! ¡Maranatha!

El Espíritu y la Novia dicen: VEN.

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