EL ESTUDIO DE DIOS Y EL EGO HUMANO.

No existe labor más fascinante para el verdadero cristiano que contemplar a Aquel que lo ha salvado inmerecidamente y quién es rico en sabiduría e infinito en belleza.

Así que, no debería sorprendernos ver aquí y allá creyentes que buscan conocer más de nuestro Salvador.

En especial, siento una gran alegría al ver este entusiasmo en los jóvenes, adultos y ancianos de nuestro mundo de hablahispana. ¡Gracias al Señor por este despertar!

De verdad, estoy agradecido por lo que el Señor está haciendo, sin embargo, percibo en mí mismo y en muchos de mis hermanos un gran peligro: orgullo intelectual, e incluso, superioridad espiritual.

Es difícil imaginar que esto suceda a pesar de que nos estamos consagrando a una labor tan celestial como el estudio de Dios, pero esto es así, debido a nuestra naturaleza caída. Aún luchamos con el pecado, a pesar de ser redimidos, debemos hacer frente a nuestra idolatría. Por ello, clamamos por la venida de nuestro Señor, pues ese será el comienzo de una vida enteramente para Él, sin más pecado, sin más ídolos.

Mientras, vivimos en esta etapa, entre el «ya»  y en el todavía «no» de nuestra redención. Pero eso no nos excusa de ir al Señor, pedirle gracia y humildad cuando nos acercamos al estudio de su Persona.

Ya que, si nuestro estudio de Dios, no nos lleva a pensar menos de nosotros mismos y en nosotros mismos, algo mal está ocurriendo. Pues no hay cosa mayor que haga añicos al ego humano como la contemplación de la grandeza Divina.

El 7 de enero de 1855 el gran predicador bautista, Charles Spurgeon, pastor de la capilla de New Park Street, Inglaterra, dijo en su sermón: 

«Ningún tema de contemplación tenderá a humillar a la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios». 

Y esto en verdad que es así, pues entre más contemplamos quién es nuestro Dios, más nos daremos cuenta quienes somos nosotros. Cuando vemos su grandeza, nosotros nos percatamos de nuestra pequeñez. Cuando podemos ver algo de su gloria, nos damos cuenta que no somos tan gloriosos. Cuando nos acercamos a su Santidad, nos vemos como realmente somos: pecadores en necesidad de un Salvador.

Y podríamos continuar con una infinita lista de declaraciones acerca de Dios, y todas estas, sin duda, nos ponen en el lugar adecuado: a sus pies.

Si esto es así, aún queda la pregunta: ¿Por qué solemos sentirnos superiores a otros hermanos que no saben lo mismo que nosotros?

La respuesta es clara: nuestro ego mancha nuestro conocimiento.

«Nuestro ego mancha nuestro conocimiento».

Si eres honesto, debes reconocerlo. Todos aquellos que de alguna forma nos dedicamos al estudio De Dios, tendemos a luchar con este pecado. Pensamos mucho más de nosotros mismos de lo que deberíamos y pensamos demasiado en nosotros, en vez de tener a Cristo cada día como el mayor tesoro, a la luz del cual todo languidece (Filipenses 3:7-8).

¿Qué debemos hacer?

Mis hermanos, una vez más, como todos los días, debemos correr a Cristo, y recordar el Evangelio.

Recordemos que el Señor nos salvó por gracia únicamente, y por esa misma gracia es que nosotros podemos conocerlo. Si Dios no se hubiera revelado, el hombre no tendría acceso a conocimiento alguno acerca de Él. Sin embargo, Él nos ha hablado por medio del Hijo (Hebreos 1:1). 

De rodillas, roguemos al Señor que nos humille al conocerlo, nos haga más sabios, pero también más piadosos y sobrios.

Recordemos que el conocimiento no es el fin de nuestra vida, sino el medio que el Señor provee para que podamos amarlo, deleitarnos en Él y también, bendecir a otros a través de lo poco que sabemos de Él.

«Recordemos que el conocimiento no es el fin de nuestra vida, sino el medio que el Señor provee para que podamos amarlo, deleitarnos en Él y también, bendecir a otros a través de lo poco que sabemos de Él».

Quiera el Señor darnos, no solo una mente, sino un corazón que sea afectado cada día por el Evangelio. Que esa sea nuestra oración y nuestro constante anhelo.

¡A nuestro Dios sea la gloria por siempre!

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